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Conocí a Alby Colmenares en los pasillos de la Universidad de Carabobo, donde brillaba como estudiante y dirigente estudiantil. Politóloga, aguerrida y siempre con un contagioso buen humor, Alby es hoy una de las voces más firmes de Vente Venezuela en Carabobo. Me invitaba a unirme a su organización con una sonrisa, y yo, en broma, le decía que ella parecía más adeca que yo. Aunque nuestras visiones sobre la política y la economía del país divergían, nadie podría cuestionar su integridad, su profundo patriotismo y su compromiso inquebrantable con la democracia y las libertades públicas. Estas cualidades, lamentablemente, son cada vez más raras en la política regional.

Hoy, Alby está tras las rejas. No hay manera de suavizar esta dolorosa realidad. Su arresto es un golpe más en la tenebrosa contabilidad que llevo en mi memoria: varios de mis antiguos estudiantes presos por pensar diferente, otros tantos en el exilio. Es una lógica perversa pero predecible. En un régimen dictatorial, nacido para aplastar la voluntad popular y enriquecer a la coalición dominante, la honestidad, la coherencia y el compromiso con la justicia son delitos imperdonables.

Cuando veo a Nicolás Maduro en las redes sociales, cerrando los ojos ante las barbaridades que profiere en minutos, no puedo evitar recordar a Juan Vicente Gómez. No solo por el bigote, sino por la fiebre de poder que los une. Maduro, como capataz de una hacienda, reparte latigazos desde sus “rotundas” modernas, mientras los verdaderos dueños —en Estados Unidos, Rusia o China— observan complacidos desde lejos. Chevron, el alto mando militar y acuerdos tácitos con poderes extranjeros sostienen su régimen y, de nuevo, el voraz bagre vuelve a nadar en el Orinoco. Esta hacienda no es Altamira; es el Hato “El Miedo”.

Todos estamos en riesgo. Ayer fue Naomi, hoy es Alby, mañana quién sabe. En este país, ser venezolano parece ser el único delito. Algunos lo pagamos en las calles, enfrentando penurias económicas; otros, con el destierro; y otros, como Alby, con la prisión. Al final, son solo distintos camarotes del Titanic y los músicos siguen tocando su dulce melodía.

Julio Castellanos / jcclozada@gmail.com / @rockypolitica

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