Arnaldo Rojas
Vivimos en un tipo de sociedad donde los medios de comunicación y redes sociales han impuesto patrones perjudiciales como la felicidad y el éxito, presentados como un dogma inquebrantable que se impone sobre las experiencias dolorosas, como si estas fueran una anomalía que debe ser extirpada a cualquier costo. Bajo esta premisa, dejan de ser una experiencia humana y compartida para transformarse en un asunto privado, en una falla individual que debe resolverse con un optimismo forzado y automedicación emocional.
El individuo moderno se convierte en un ente anestesiado, ajeno a la realidad que lo rodea, sumergido en la pantalla de su celular, consumidor de una felicidad prefabricada, Este sometimiento, disfrazado de libertad, es una de las trampas más eficaces del poder moderno, una lobotomía digital, que es impulsada por la idea de que, si uno no es feliz, es porque no se ha esforzado lo suficiente en crear su propio bienestar. Así, el sistema no necesita reprimir ni castigar: el individuo se convierte en su propio verdugo.
La dictadura de la felicidad prefabricada busca mantenernos ocupados en nuestra búsqueda individual de satisfacción, mientras el mundo arde y se pudre a nuestro alrededor (caso del genocidio en Gaza, por ejemplo). Oscuros intereses son los que promueven una sociedad anestesiada que ha cambiado la lucha colectiva por la autogestión del bienestar, la indignación por la indiferencia.
Es urgente recuperar el pensamiento crítico, la capacidad de mirar más allá de nosotros mismos, de cuestionar lo establecido. En un modelo social que nos quiere narcotizados e insensibles, pensar y sentir son actos de liberación.